martes, 8 de junio de 2010

La interpretación Rosacruz del Cristianismo

La Orden Rosacruz es una antigua Fraternidad Mística formada en el año 1.313 por un elevado Maestro espiritual cuyo nombre simbólico es Christian Rosenkreutz, Cristián Rosacruz. Su misión consistió en preparar una nueva fase de la religión cristiana, que será practicada durante la edad venidera pues, así como el mundo y el hombre evolucionan, también debe cambiar la religión. El sistema religioso apropiado a las necesidades espirituales de nuestros antepasados, no lo es para nuestra actual condición intelectual. Por lo tanto, las grandes entidades espirituales a cargo de la evolución, cambian las religiones del mundo en armonía con el paso de los cuerpos celestes en sus órbitas.

La Filosofía Rosacruz es enteramente cristiana y trata de vivificar la religión y llevar hacia Cristo a los que no pueden encontrarlo por la fe solamente.


La función primordial de esta filosofía es ayudar a la gente a aceptar las doctrinas de Cristo por medio del conocimiento esotérico, cuando no pueden hacerlo por medio de la fe. Su propósito es el de suplementar el trabajo de las iglesias, no el de suplantarlas.


La Filosofía Rosacruz enseña que el hombre posee un sexto sentido latente, que se ha desarrollado en algunos y que, finalmente, se desarrollará en todos. Este sentido permite a su poseedor el poder percibir e investigar los mundos suprafísicos, donde moran los llamados muertos.


También enseña que la Tierra es una gran escuela a la cual regresamos, vida tras vida, por medio del renacimiento, aprendiendo nuevas lecciones durante nuestra estancia aquí, y evolucionando, cada vez más, hacia una mayor perfección del carácter y de los poderes que éste confiere. El grado de éxito obtenido por las distintas personas en esta escuela justifica las diferentes fortunas que vemos por doquier. Por lo tanto, no desesperamos del amor de Dios cuando vemos las desigualdades de la vida, pues sabemos que, a su debido tiempo, todos seremos perfectos, como es perfecto nuestro Padre en los cielos.


Tarde o temprano llegará el momento en que la persona se verá obligada a reconocer el hecho de que la vida, tal como la vemos, es pasajera y que, entre todas las inseguridades de nuestra existencia, existe una sola seguridad: la de la muerte.


Cuando la mente haya despertado a la realidad de la muerte, se presentarán las preguntas: ¿De dónde venimos?, ¿por qué estamos aquí?, ¿hacia dónde vamos? Éste es un problemas básico que todos tendremos que abordar, y es muy importante la forma en que lo hagamos, pues la comprensión que tengamos de ello condicionará toda nuestra vida.


Las enseñanzas rosacruces quitan también el aguijón de la pena causada por la pérdida de seres queridos, pues sabemos que es un hecho que “en Dios vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser”. De ahí que, si una sola alma se perdiese, se perdería una parte de Dios y tal cosa es absolutamente imposible. Bajo la inmutable Ley de Causa y Efecto, estamos sujetos a reencontrar a esos seres en algún momento del futuro, bajo otras circunstancias, y allí debe continuar el amor que nos une, hasta que encuentre su más plena expresión. Las leyes de la naturaleza serían violadas si una piedra lanzada desde la tierra hacia arriba, permaneciera suspendida en la atmósfera; y, bajo las mismas leyes inmutables, aquéllos que pasan a una esfera más elevada, deben regresar. Cristo dijo: “Debes nacer de nuevo” y “Si voy a mi Padre, regresaré”.


Cuando la barca de nuestra vida navega suavemente sobre el dulce mar en calma, sostenida por las hermosas brisas de la salud y de la prosperidad; cuando los amigos están siempre presentes para acompañarnos en los placeres que aumentarán nuestra alegría entre los bienes de este mundo; cuando los favores sociales o los poderes políticos nos son conferidos en cualquier esfera en que nuestros deseos busquen expresión, entonces podemos decir con toda el alma: este mundo es lo suficientemente bueno para mí. Pero, cuando se termina la tranquilidad; cuando el fuerte viento de la adversidad nos estrella contra la rocosa orilla del desastre y la ola del sufrimiento nos envuelve; cuando los amigos nos abandonan y toda ayuda se aleja de nosotros, entonces, como hace el marinero cuando lucha con el ímpetu de las olas, buscamos la guía de las estrellas.


Del mismo modo, el que busca un guía en el cual confiar en los días de tristeza y prueba, debe también abrazar una religión fundada sobre leyes eternas y principios inmutables, capaz de explicar el misterio de la vida en forma lógica, para que el intelecto quede satisfecho, y que contenga, al mismo tiempo, un sistema devocional capaz de satisfacer al corazón, para que ambos factores gemelos de la vida, reciban igual satisfacción. Sólo cuando el hombre tiene una clara concepción espiritual del esquema del desarrollo humano, está en condiciones de conformarse con su suerte. Cuando se le hace claro que ese esquema es beneficioso y bueno en el más alto grado y que todo está verdaderamente regido por el amor divino, entonces esa comprensión le hace sentir, tarde o temprano, una verdadera devoción y una seguridad que despiertan en él el deseo de convertirse en operario de Dios en la viña del mundo.


Ni los ojos ni los oídos han visto ni oído aún las glorias que nos esperan, pero Oliver Wendell Holmes ha expresado, en parte, lo que podemos esperar, como sigue:


Constrúyete mansiones más majestuosas,
oh, alma mía,
mientras pasan veloces las estaciones.
Abandona tu pasado limitado.
Deja que cada nuevo templo,
más noble que el anterior,
te acerque al cielo
con mayor espacio abovedado
hasta que, al fin, seas libre,
y abandones tu inservible concha
en el infatigable mar de la vida.

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