Elías renació como Juan el Bautista
Las Escrituras nos enseñan una ley cósmica básica: la del Renacimiento o Reencarnación. La
doctrina de que, como espíritus diferenciados en Dios que somos, hemos renacido
en este mundo, una y otra vez, en cuerpos de eficiencia creciente, para aprender
las lecciones derivadas de la existencia material, y transformar nuestras
potencialidades divinas latentes en poderes dinámicos.
Es evidente que los sacerdotes judíos creían en la teoría del renacimiento.
En otro caso no hubieran enviado a nadie a preguntar a Juan el Bautista: “¿eres
tú Elías?”, tal como se dice en el primer capítulo del Evangelio de Juan,
versículo 21.
En el versículo 14 del capítulo 11 de Mateo se encuentran también palabras de
Cristo relativas a Juan el Bautista, que no son nada ambiguas ni equívocas. Pues
dijo: “Él es Elías”.
Más tarde, en otra ocasión, después de haber estado en el Monte de la
Transfiguración, como se dice en el capítulo 17 de Mateo, Cristo dijo: “Elías
vino ya y, en vez de reconocerlo, lo trataron a su antojo… Los discípulos
comprendieron entonces que se refería a Juan el Bautista”.
En el versículo 13 del capítulo 16 de Mateo vemos a Cristo preguntado a Sus
discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Y ellos dijeron:
Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, Jeremías o uno
de los profetas. Y Él les dijo: ¿pero quién decía vosotros que soy yo? Y Simón
Pedro tomó la palabra, diciendo: Tú eres el Cristo el Hijo del Dios vivo”. De
estas frases se deduce que Cristo no contradijo a Sus discípulos y ello es muy
significativo. Él era esencialmente un Maestro y, si hubiesen sostenido
cualquier idea errónea sobre el renacimiento, hubiera sido su obligación el
corregirla. Sin embargo, no dio a entender que hubiera necesidad alguna de
corrección. Y la respuesta de Pedro sugiere el conocimiento de las más profundas
verdades relativas a la misión de Cristo.
Sansón
Como prueba bíblica adicional a la doctrina del renacimiento, hay casos,
mencionados en la Escritura, en los que una persona fue elegida para determinado
trabajo ANTES de su nacimiento. Un ángel predijo la venida de Sansón y su
objetivo: matar a los filisteos. En el capítulo 13 del libro de los Jueces se
relata que; “Había en Sorá un hombre de la tribu de Dan, llamado Manoj, cuya
mujer era estéril y no había tenido hijos. “Y el ángel del Señor se le apareció
a la mujer y le dijo: “Eres estéril y no has tenido hijos. Pero concebirás y
darás a luz un hijo… é empezará a salvar a Israel de los filisteos… la mujer de
Manoj dio a luz un hijo y le puso de nombre Sansón”.
En el primer capítulo de Jeremías, versículo quinto, el Señor dijo al
profeta: “…antes de formarte en el vientre te escogí, antes de salir del seno
materno te consagré y te nombré profeta d ellos paganos”.
Estamos familiarizados con las historias de la Biblia relativas a la venida
de Jesús y de Juan y a sus especiales cometidos. A una persona se la selecciona
para determinada misión en función de su aptitud para el tipo especial de
trabajo que hay que hacer. La habilidad presupone la práctica pues, como se dice
comúnmente, “la práctica hace maestros”. La habilidad no se nos da en bandeja,
como se supone a veces. La práctica, anterior al nacimiento, sólo puede haber
tenido lugar en una vida previa de modo que, con la deducción, la lógica y la
razón como guías, podemos comprobar que en los casos que hemos mencionado se
está exponiendo la doctrina del renacimiento. Hay, sin embargo, otros pasajes en
la Biblia, el Salmo primero, por ejemplo, que sólo pueden ser comprendidos sobre
la base de la creencia en el renacimiento.
Ley de Causa y Efecto
Para lograr la justicia perfecta, propia de un Creador Omnisciente, junto a
la Ley de Renacimiento trabaja la Ley de Causa y Efecto, de Consecuencia, de
Compensación o de Retribución, que de todas esas formas se denomina. El
investigador oculto descubre que esta ley funciona perfectamente en todos los
planos y trae a la realización todo lo que sembramos, tanto en pensamiento como
en palabra o en obra.
En el sexto capítulo de Gálatas, versículos 7 á 9, se nos dice. “No os
engañéis; con Dios no se juega; lo que uno cultive, eso cosechará. El que
cultiva los bajos instintos, de ellos cosechará corrupción; el que cultiva el
espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. Por tanto, no nos cansemos de
hacer el bien que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos”.
En Corintios II, Capítulo 9, versículo 6, San Pablo nos repite: “Recordad
esto: A siembra mezquina, cosecha mezquina; a siembra generosa, cosecha
generosa”.
En el capítulo 9 del Evangelio de San Juan hay una parábola interesante que
explica el funcionamiento de esta ley. Dice lo siguiente: “Al pasar, vio Jesús a
un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién
tuvo la culpa de que naciera ciego, él o sus padres? Jesús contestó: Ni él ni
sus padres. Está ciego para que se manifiesten en él las obras de Dios”. En este
pasaje Cristo Jesús trata de aclarar que lo que se oculta tras cada limitación
física, no es el castigo, sino la iluminación. Ahí vemos la justicia perfecta de
la Ley de Causa y Efecto, que está en la base de toda enfermedad o deformidad.
Cuando un ego infringe una ley de lla naturaleza en una vida, retorna en otra
para hacer frente a la limitación que resulta de aquella violación. Las
transgresiones de las leyes divinas en los planos mental y moral son tan
responsables de los desarreglos físicos, como la cara oculta de la luna lo es de
las mareas. Mediante el dolor y el sufrimiento que acompañan a la limitación, el
espíritu aprende sus lecciones y la enfermedad queda eliminada.
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario