Por Max Heindel
"Hay más cosas en el Cielo y en la Tierra de los que son soñados en su filosofía."
El estaba sentado en el jardín devastado de un viejo monasterio mirando el desorden de flores y maleza, frutos del cuidado y del descuido; lo último parecía imponerse porque la guerra había alejado a los dueÑos originales, ya que los soldados que acamparon ahora ahí no tenían tiempo para flores.
El no era uno de ellos, él era un cautivo, un espía. Capturado con papeles importantes, él había sido sentenciado a ser fusilado, y estaba ahora esperando por el pelotón de fusilamiento que pondría fin a todo.
¿Pero pondría esto fin a todo? Qué pregunta tan descabellada. El fue educado en creer en un más allá, pero poco después de haber entrado a la Universidad se unió a la actitud mental general, la mentalidad científica de esa institución. La critica superior había comprobado el engaÑo de la Biblia. En la sala de disección se hizo evidente la maquinaria mecánica del cuerpo, la química podía explicar la acción y reacción del organismo. La psicología ofrecía una amplia y suficiente solución de las maravillas de la mente; en pocas palabras, se demostró que el hombre era una máquina que se movía y pensaba, aun capaz de perpetuarse a sí mismo por medio de descendencia, que prosigue con el trabajo cuando la máquina progenitora está gastada y lista para la chatarra del cementerio. Soberano o súbdito, amo u hombre, santo o pecador, todos son nada más que sombras en la pantalla del Tiempo.
Pero sea de una manera u otra, él no estaba del todo seguro desde que la guerra le había puesto cara a cara con el asesinato en masa. El había visto morir a centenares en el campo, en las trincheras y hospitales, y la absoluta convicción de ellos de la vida después de la muerte estaba pegándosele; por lo menos era perturbador. ¿Podía haber alguna verdad en sus afirmaciones de que habían visto "Angeles" tanto en el campo de batalla como en sus lechos de muerte? ¡Qué va!, eso era una alucinación debido a la tirantez de la situación. Sin embargo, tantos que vieron esas cosas, compaÑeros como el Teniente K y el Capitán Y, sensatos y serenos, y el capitán nunca más volvió a blasfemiar después de ese día en el Marne; aun más que eso, llevaba un libro de oraciones y predicó un buen sermón a un sargento, notorio por su lengua mordaz. Y habían otros más.
Bueno, pronto lo sabrá; a las cinco estaba destinado a encararse con el pelotón de fusilamiento.
Entró al cuarto donde había dormido anoche. El guardia que había estado parado en la puerta mientras él estaba afuera le siguió, fusíl en mano, y le observaba mientras él se dejó caer sobre el catre ordinario. Miró para arriba y vio una copia del famoso cuadro de Leonardo da Vinci "La Ultima Cena". El nunca había sido especialmente amante del arte, pero parecía que algo le atraía al Cristo en esa hora. No cabe duda que El había sido un personaje noble. Fue martirizado por una causa, y este retrato de Su última cena le hizo entender la analogía, porque él también había participado de la generosidad de la tierra por última vez.
Entonces le vino a la memoria la historia de como Leonardo da Vinci pidió a un amigo que apreciara el cuadro una vez que estaba terminado, y el amigo reparó en la incongruencia de las costosas copas de las cuales los apóstoles bebían. Da Vinci frotó su brocha encima de ellas y suspiró; él había puesto toda su alma y corazón en la cara del Salvador y esperaba que esa gloriosa cara iba a atraer la atención del espectador, borrando todo lo demás; en su lugar, uno de los detalles más insignificantes y de la menor importancia llamaron la atención de su amigo, excluyendo completamente al SeÑor de la Gloria.
"¿Será ese también el caso mío?" pensó él que estaba tirado sobre el catre. "¿Habré yo también fijado mis ojos sobre las cosas sin importancia en la vida? He visto la muerte con demasiada frecuencia para temerla ahora que mi turno ha llegado, no obstante, hay tanto que hacer en este mundo que a uno no le gusta pensar en la nada."
"Cristo dijo, 'Solamente una cosa se necesita', y si El tenía razón, entonces yo he sido como el amigo de da Vinci, mi atención ha estado fijada en cosas no esenciales. En vez de buscar cosas eternas, yo he dedicado todo mi tiempo en asuntos temporales."
"¡Ay! ¿Para qué andar como alma en pena? Si sigo así, pueda que mis rodillas comiencen a temblar a la vista del pelotón de fusilamiento."
Se levantó y, seguido por el vigilante guardia, regresó al jardín donde le llamó la atención un viejo reloj de sol. Leyó la inscripción: "Oros non numero nisi serenas" (Yo cuento sólo las horas de sol).
"¡Qué máxima tan bella, como para olvidar todas las cosas sórdidas y las pequeÑeces de la vida, y reconocer solamente lo bueno, lo verdadero, lo hermoso!" Revisando su vida, que ahora estaba para terminar, ¿cuán apegado había vivido él a ese lema? Su consciencia le obligó a confesar que había fallado.
Y ahora ya era muy tarde. Perdido en la contemplación, sus hojos estaban pegados en la sombra del cuadrante. Había algo extraÑo en su deslizarse silenciosamente hacia el fatídico cinco, cuando el pelotón de fusilamiento debía aparecer.
El no estaba preocupado por la muerte, pero había comenzado a querer comprender el problema de la Vida, y entonces le sobrevino un abrumador deseo de una solución. Pero ahí estaba la sombra del cuadrante, "ese intangible nada" deslizarse más y más con fuerza lenta y fatal. ¡Cómo no quisiera tener la oportunidad de buscar la luz en cuanto al problema de la Vida!
Era costumbre de ejecutar a la salida del sol a aquellos que eran condenados bajo la ley marcial, pero cortésmente le informaron que una repentina órden de movimiento para la división que lo mantenía prisionero, hacia la demora inconveniente y que tendrá que encarar el pelotón de fusilamiento a la puesta del sol. Contestó con una inclinación y un encogimiento de hombros. ¿Qué importaba? Sea más pronto o más tarde, él iba a estar listo. Ahora estaba comenzando a anhelar esas horas para poder razonar sobre esto.
Al volver de la sombra de la muerte del cuadrante, su progreso silencioso parecía más elocuente que cualquier sermón sobre la fugacidad de la vida y la inexorable certidumbre de la muerte.
Una vez más se estiró sobre el catre pensando sobre su problema de la existencia. En menos de media hora él sabrá todo o nada; o será aniquilado tan pronto como la luz de vida sea extinguida por la bala que inevitablemente va a dar en su corazón, o va a ser un Espíritu libre. Todo dependía de cuál de las dos teorías era cierta, y la sensación de suspenso estaba haciéndose más intensa cada momento, el anhelo por la vida estaba haciéndose tan vehemente que realmente dolía. De toda la gente que profesaba su fe en la inmortalidad del alma, nunca nadie parecía saber; todos creían - o sea, todos menos uno.
Entonces cruzó por su memoria el recuerdo de un encuentro con un hombre de extraña y fascinante personalidad en un famoso balneario, donde fue por descanso y quietud, cuando sus nervios habían estado agotados por el viguroso estudio de un tema científico. Este hombre, quieto, refinado y modesto, le atrajo desde un comienzo, y en una ocasión cuando su conversación se dirigía hacia las teorías sobre la vida, él había elegido el punto de vista materialista, y el desconocido le había confrontado con una cantidad de razonamientos aparentemente incontestables. Sin embargo, no era la fuerza de sus razonamientos lo que le impresionaba ahora, sino el recuerdo de su voz de autoridad, la manera y la conducta de uno que sabía lo que estaba diciendo, lo que le impresionaba y lo llenaba ahora con una quemante intensidad inquisidora.
"¿Sabría el desconocido realmente?"
El había hablado de personas que "dejaban sus cuerpos a voluntad tal como nosotros dejamos nuestra ropa cuando entramos al agua para nadar." "Así mismo," había dicho, "hacen aquellos quienes entran a ciertos mundos invisibles."
El lo había llamado "La Tierra de los Muertos que Viven," y había afirmado que los así llamados muertos funcionan ahí en un cuerpo más sutil, en posesión de todas sus facultades y con completo conocimiento y memoria de las condiciones que existían alrededor de ellos mientras vivían en esta vida. Qué no diera que ese desconocido estuviera aquí ahora, que pudiera hablar con él y averiguar más sobre este asunto que ahora había tomado tanta importancia en su mente.
¿Pero qué era eso que apareció en la esquina? ¿Era ése el desconocido, esa forma nublada, vaga, en aquella esquina oscura? Y ahora le parecía oír una voz diciendo, "le voy a encontrar cuando salga de su cuerpo." Entonces la figura desapareció.
¡Bah! pensó, esto tiene que haber sido un producto de su imaginación, una alucinación de su mente desordenada. El anhelo le había hecho ver cosas que no son; ya no iba a especular más. Nuevamente fue al jardín para ver el cuadrante cuya sombra avanzaba lentamente hacia el cinco fatal.
Ahí lo encontraron, con una radiante sonrisa en sus labios, mientras saludaba al oficial del pelotón de fusilamiento. Le rogó que fuera dispensado del ignominoso proceso de vendarle los ojos. Juntos caminaron hacia la pared del otro extremo del jardín, donde se volvió y encaró el pelotón de fusilamiento, mientras el oficial dio un paso a un lado y rápidamente dio la orden que disparó la bala que encontró su corazón.
Oyó la detonación de los fusiles y sintió un pinchazo de dolor como si un hierro candente le hubiera quemado su alma. Luego un fuerte dolor, e involuntariamente su mano buscó su corazón - ¡pero que raro! Antes de haber llegado al pecho, el dolor se había ido, y rápidamente volvió a colocar su mano en la posición colgante a su lado - no debía dejar que los enemigos de su país le creyeran un cobarde.
Una vez más volvió su atención hacia el pelotón de fusilamiento, esperando en cada momento sentir el impacto de las balas que había sentido anticipadamente, ya que de ninguna otra manera podía explicar el choque y el dolor en su corazón.
¿Pero qué significaba todo esto? Los del pelotón de fusilamiento estaban en posición de firmes y el oficial estaba alejándose de él y acercándose a ellos.
"¿Habrán disparado salvas?" No, eso era inconcebible. Examinó su ropa y encontró tres huecos en el saco, justamente sobre el corazón. Metió su dedo en uno de ellos, tan hondo como pudo y lo sacó de nuevo, desconcertado por la ausencia de dolor y sangre. Evidentemente le habían pegado tres balas, y de acuerdo con todas las reglas de la experiencia él debía haber caído en un montón, muerto en el instante, sin embargo aquí estaba sintiéndose más lleno de vida que nunca. ¿Cómo pudo ser esto?
Impulsivamente corrió detrás del oficial que se alejaba, lo cogió del brazo pidiéndole una explicación. El oficial, pero, parecía hacer caso omiso tanto de la mano que trataba de sujetarlo, como de sus agitadas preguntas, encaminándose hacia sus hombres como si no hubiera ni sentido ni oído.
"¿Estoy soÑando, estoy loco, o qué"?
"Ninguno de los dos, amigo mío," contestó una voz a su lado y cuando se volvió, ahí estaba el hombre extraño -"Rosacruz" se había identificado. Con una intensa sensación de alivio, el espía se volvió hacia él. Tal vez él pudiera aclarar esta experiencia tan confusa.
"¿Pero cómo llegó Ud. aquí? Yo no lo ví entrar con el pelotón de fusilamiento."
"Sus ojos no estaban entonces todavía adaptados a la vibración del Espíritu; Ud. estaba todavía cegado por el velo de la carne," vino la respuesta, pero esto no le proporcionaba ninguna información al espía, y él comenzó a dudar de la cordura de su compaÑero.
"Yo veo que Ud. no comprende y que mi contestación sólo aumenta su confusión," continuó el desconocido; "Usted no se da cuenta de que está muerto."
"¡Muerto! Seguramente que Ud. está loco. ¿Cómo puedo estar muerto si estoy parado aquí hablando con usted?" contestó el espía más confuso que nunca.
"Yo no me expresé debidamente; yo debía haber dicho, 'Su cuerpo está muerto'," replicó el Rosacruz.
Pero el espía lo miró en total desamparo y desesperación; esto se estaba haciendo más y más desconcertante; o él o ese hombre estaba loco, o ambos lo estaban.
"¡Mi cuerpo está muerto! ¿Pero cómo puede Ud. decir una cosa así? ¿Acaso no estoy parado aquí moviendo mis labios y hablando con usted? Puedo mover mis miembros y caminar tan bien como usted, aunque debo confesar que estoy sin entender como estoy vivo con tres balas en mi corazón."
"Veo su confusión, mi amigo, y se lo voy a explicar en seguida, pero primero venga conmigo al lugar donde Ud. estaba parado encarando el pelotón de fusilamiento; allá hay algo que le va interesar"
Juntos caminaron al lugar.
"Mire entre las flores, mi amigo,"dijo el Rosacruz.
Siguiendo la dirección de la mirada del otro, el espía vio, parcialmente escondido entre la maleza y las flores que crecían por el jardín, lo que parecía ser él mismo tirado boca abajo. Se inclinó pensando en dar vuelta a la forma caída para resolver este dilema imposible, pero la confusión parecía aumentar más y más sin fin. Al agarrar la forma inerte por los hombros para levantarla, su mano la atravesó como si hubiera sido hecha de aire en vez de carne y sangre.
Volvió a enderezarse y se volteó hacia su compaÑero.
"¡Por el amor de Dios, resuélvame este embrollo, porque si no estoy loco ya, lo voy a estar en un momento!"
"Paciencia, mi amigo" contestó el Rosacruz, "todo está bien, le voy a tranquilizar en un momento; lo que pasó es esto:
"Cuando el pelotón de fusilamiento disparó los disparos fatales, tres de las balas penetraron su corazón con efectos tan fatales que Ud. sintió el dolor por una fracción de segundo antes de que el cuerpo etéreo que Ud. ahora usa, fuera arrancado del cuerpo físico, el cual luego cayó hacia adelante boca abajo. De ahora en adelante, este cuerpo etérico le servirá tan bien, o mejor, que el cuerpo denso que Ud. ha descartado con la muerte."
"Cuerpo etérico," balbuceó el espía, todavía incapaz de comperenderle.
"Si, mi amigo. ¿Es tan raro que el hombre tenga un cuerpo etérico?" La ciencia expone la hipótesis que todas las cosas, desde el mineral más denso hasta el gas más enrarecido, están penetrados por éter; y en verdad es así. El cuerpo humano no es una excepción a esta regla; también está interpenetrado por éter. Cuando ese escapa, la muerte ocurre, tal como fue demostrado por el Dr. McDougall en el Hospital General de Boston, hace una década, cuando él puso en una balanza a varias personas en vía de morir. Todas ellas revelaron una pérdida de peso en el momento de expirar.
"Lo que los doctores y científicos no saben es que este éter continúa reteniendo la forma y similitud del cuerpo denso muerto y continúa siendo 'la casa del eterno Espíritu', aunque invisible para aquellos que todavía están en el cuerpo físico".
Una gran luz y un aspecto de intenso alivio se extendió sobre la cara del espía. "¿Pero cómo salió el éter de mi ropa, porque estoy vestido con la misma ropa que el cuerpo muerto, y cómo se reprodujeron los huecos de las balas en mi ropa presente?"
"Ese es un truco de la mente subconsciente, mi amigo," contestó el Rosacruz. "Aunque Ud. no se haya dado cuenta del daÑo hecho a su cuerpo, las circunstancias exactas fueron registradas sobre un pequeÑo átomo localizado en su corazón cuando inhaló el último suspiro, porque cada respiración inhalada en los pulmones contiene éter que lleva una imagen de todas las cosas de su medio ambiente, usando el mismo principio como cuando lleva la imagen a una placa sensibilizada en una cámara fotográfica. El éter entra al torrente de sangre que lo lleva al corazón. Ahí el átomo-simiente corresponde a la película fotográfica, cada inhalación sucesiva produce un nuevo cuadro, de esta manera se imprime sobre este pequeÑo átomo-simiente una serie de cuadros de la vida desde la cuna hasta la tumba. Esto modela nuestro destino después de la muerte, y es la base oculta del dicho, "Como el hombre piensa en su corazón, así él es." Cuando los así llamados 'muertos' salen de sus cuerpos, el éter forma su ropa; éste reproduce las peculiaridades físicas con absoluta fidelidad de acuerdo con el modelo del último cuadro sobre el átomo-simiente, o sea el alma que el hombre lleva consigo como el árbitro de su vida en el futuro."
El espía permaneció en silencio y pensativo por algún momento, examinando la explicación del Rosacruz desde todos los ángulos. Parecía perfectamente bien fundada y lógica, y en armonía con los descubrimientos científicos conocidos; ni era una dificultad insuperable aceptar que el átomo-simiente, del que hablaba el Rosacruz, tuviera que ser extremadamente menudo. ¿Acaso el ojo de una mosca no tiene numerosas facetas de las cuales cada una hace una imagen de sus alrededores, y acaso el microscopio no abrió el mundo a cosas minúsculas? ¿Quién osara poner un límite?
"¿Pero, tengo entonces que seguir andando con huecos en mi ropa y heridas en mi pecho, o van a sanar y puedo conseguir otra ropa?"
"Nada más fácil, mi amigo; como ya le dije, aquí en la Tierra de los Muertos que Viven es una ley que tal como el hombre piensa en su corazón, así es él. Los pobres camaradas que cayeron por miles en los campos de batalla, horriblemente mutilados al comienzo de la guerra, estaban terriblemente angustiados por su condición hasta que les enseÑamos a que pensaran de si mismos como eran antes de haber ido a la guerra; sanos y buenos. Era toda una faena el hacerles creer que esto era todo lo que era necesario para restaurar su salud. Era un trabajo lento porque habían muchos a los que había que ayudar y nosotros éramos pocos. Pero poco a poco fueron convencidos y adiestrados para ayudar a las victimas más recientes de la guerra; así que ahora somos miles de ayudantes listos para atender y ayudar a los miles que son matados."
"¡Ah! usted es un alumno muy aplicado; veo que ya ha remendado su ropa y sanado sus heridas."
"Si," contestó el espía, "y muchas gracias. Nunca podré repagarle por la ayuda que me ha dado. Pero tengo una duda más. ¿Cómo fue que mi cuerpo parecía hecho de aire y mis manos lo atravesaron? Yo sé que era sólido."
"¡Oh si! Esto es divertido; la gente en el mundo físico piensa del así llamado fantasma como algo compuesto de material intangible, diáfano como una espiral de humo, si es que siquiera toman en cuenta su existencia. Consideran a sus propios cuerpos tan sólidos como una piedra. Pero una vez que han pasado más allá del velo, hacia la Tierra de los Muertos que Viven, se asustan al darse cuenta que la gente que todavía están en la carne son tan inmateriales para nosotros, como lo somos nosotros para ellos; y que es tan fácil para nosotros meter un brazo a través de ellos, como lo es para ellos caminar a través de nosotros. En realidad, ellos son tan fantasmales para nosotros como lo somos nosotros para ellos.
"Usted es ahora un ciudadano de la Tierra de los Muertos que Viven. Venga, vámonos de aquí a visitar los alrededores. Pero primero, ¿hay alguien con quien Ud. quisiera hablar, porque durante unas cuantas horas su cuerpo espiritual será más denso que en cualquier otro período durante su estadía post-mortem, y por lo tanto le será más fácil manifestarse a sus amigos ahora que en cualquier otro momento después."
"Tengo una hermana, está a 5 o 6 mil millas de aquí. Por acá no hay nadie que supiera o le importara."
"La distancia no es una barrera para el Espíritu," dijo el Rosacruz. Imagínese Ud. allá, y estaremos en la casa de su hermana dentro de dos minutos," y juntos se fueron flotando; sin embargo la velocidad no le parecía extraordinaria al espía mientras pasaban sobre un pueblo tras otro. Parecía que tenía suficiente tiempo para notar los varios detalles del país, la arquitectura de las casas, los vestidos de la gente, etc. Mientras pasaba sobre una gran extensión de agua, notó una cantidad de buques con la tripulación y los pasajeros, ocupados todos en sus faenas o prosiguiendo sus pasatiempos. En realidad, el tiempo no parecía ni largo ni corto; el tiempo parecía que no existiera en su consciencia, y se maravillaba en su mente que todo lo estaba tomando en forma tan natural, como si toda la vida hubiera estado flotando por el aire y viendo las cosas que estaba observando ahora.
No obstante una cosa era extraÑa y le molestaba un poco al principio; el aire parecía estar poblado de formas espirituales que flotaban a través de éste, igual que él y el Rosacruz. Al principio él trataba de evitarlos, pero se dio cuenta de que era imposible. Se preparaba para un choque cuando, por su sorpresa, observaba que esa gente flotaba a través de él y de su compaÑero como si no existieran. Esto le llenaba momentáneamente de consternación y perplejidad hasta que el Rosacruz, observando su dilema, le pidió con risa tranquilizadora que no se preocupara, explicándole que esta era la costumbre en la Tierra de los Muertos que Viven, porque ahí todas las formas son tan plásticas que fácilmente pueden interpenetrar el uno al otro en todo momento, y que no hay peligro de que uno pueda perder su identidad.
Llegando a la casa de su hermana, la encontraron sentada en una cómoda sala. El espía impulsivamente corrió hacia ella para abrazarla, encontrándose con la sorpresa de que ella estaba completamente inconsciente de su presencia, y que sus manos, en vez de asir sus formas, la atravesaron.
Nuevamente se dirigió hacia el Rosacruz y le preguntó qué debía hacer para hacerse sentir. "Párese en esta esquina de aquí donde la luz es tenue, porque las vibraciones etéricas de la luz son más fuertes que las vibraciones que Ud. puede producir. Entonces fije en su mente el mensaje que le quire mandar a ella y piénselo con toda la intensidad que es capaz. Fue la intensidad de su pensamiento antes de encarar el pelotón de fusilamiento que llegó a mi casa y que causó que dejara mi cuerpo físico por un rato para venir donde Ud. a echarle una mano en su hora de transición. Si Ud. puede pensar, con una intensidad similar, en el mensaje que quiere que reciba su hermana, ella lo recibirá y sus ojos se dirigirán hacia usted."
Con esta instrucción, el espía formuló el mensaje: "Estoy en la Tierra de los Muertos que Viven; he pasado más allá del velo." Fijando su mirada sobre su hermana, estuvo parado ahí inmóvil, reiterando el mensaje por varios minutos. Repentinamente los ojos de su hermana buscaron la esquina donde él estaba parado, y percibiendo que su hermano estaba ahí, ella comenzó a temblar y cayo desmayada sobre el suelo. De inmediato el espía se apresuró hacia ella para levantarla, cuando con un grito de alegría se echó en sus brazos.
"Oh, ¿cómo llegaste, Roberto? Sólo hace unos pocos días que recibí carta que decía que tú ibas a salir en una misión peligrosa, y aquí estás. ¿Cómo pasó esto?"
Una vez más la sorpresa se propagó sobre la cara del espía; ¡ él había visto a su hermana caer, y aquí estaba parada! ¿Estaba muerta ella también?
"No," explicó el Rosacruz, mientras fue presentado como amigo de Roberto. "No, ella no está muerta; símplemente se desmayó y tendrá que volver a su cuerpo. Ahí está, tendido sobre el piso tal como sucedió con el cuerpo de Ud. después de que hubieron disparado las balas fatales. Probablemente ella no tendrá ningún recuerdo de haber hablado con Ud. ahora, ni sabrá que Ud. está en la Tierra de los Muertos que Viven, pero tendrá solamente la impresión de que vio su fantasma y de que algo ha sucedido con usted; a menos que Ud. haya podido impresionarla suficientemente con su mensaje haciéndole saber que ha pasado más allá del velo y que está ahora en la Tierra de los Muertos que Viven. No obstante, cada noche, cuando ella se duerme, Ud. tendrá la misma oportunidad que tiene ahora para hablar con ella, porque cuando dormimos estamos realmente en el mismo lugar de aquellos que el mundo llama 'muertos'."
En este momento la hermana del espía parecía que estaba quedándose dormida, sintiéndose atraída hacia el cuerpo que estaba tendido en el suelo. Gradualmente el espía la vio desvanecerse, desapareciendo dentro de esa forma que entonces comenzó a gemir y moverse.
"Venga, vámonos," dijo el Rosacruz. "Mientras Ud. estaba hablando con ella, yo trabajé sobre su cuerpo e hice todo lo que se puede hacer para facilitarle el regreso a la consciencia. Nada más podemos hacer por ella, así que venga, vámonos de aquí."
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